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viernes, 29 de abril de 2005

La derrota presidencial

La Presidencia de la República dio un espectar golpe de timón esta semana para intentar salvar la poca credibilidad que le restaba luego de aventurarse en el affaire del desafuero de López Obrador. Cayeron las cabezas de Macedo y Vega Memije, y aparentemente se abandona la política persecutoria y de hostigamiento contra el tabasqueño. El presidente Fox, desencajado, dirigió un penoso mensaje a la nación que en la práctica significó el abandono de la plaza y una capitulación ante el fracaso del operativo político más sucio del que tengamos memoria reciente los mexicanos, al menos desde que el sistema se robó la elección presidencial de 1988.
Dentro del inventario de las muchas torpezas presidenciales que adornarán la historia del sexenio, la de esta artimaña legalista contra el jefe de gobierno va a quedar como la suprema muestra de que esta administración nunca supo hacer política, ni pudo leer correctamente los signos de los cambios que deseaba la sociedad mexicana. Si un demagogo pudo acrecentar su figura hasta convertirse en referente de la esperanza nacional, gracias a medidas populistas y de relumbrón, es evidente que el país anda en busca de un líder con esas características (como en su ocasión lo fue el propio Fox). Como se grafiteaba en tiempos de Miguel de la Madrid: “ya no queremos realidades, queremos promesas”. La sociedad mexicana está harta del hiperrealismo económico, que ha traído más pobreza y desánimo. En las familias populares ya no existe la esperanza de un futuro mejor, como sí sucedía en los años sesenta y setenta. La necesidad ha hecho de los mexicanos de hoy cínicos y pragmáticos, pero aún así muchos añoran el poder soñar de nuevo. El populismo podrá ser un espejismo, pero hoy día está despertando un renovado interés entre las masas de descamisados que padecen las durezas de una cotidianidad enajenante en la fábrica, en la maquiladora, en la oficina o en el campo despoblado. Creo que estamos asistiendo al renacimiento de esa entidad social que el neoliberalismo negó durante más de dos décadas: el “Pueblo”. Un concepto dinámico y movilizante, radicalmente diferente al individualismo ciudadano o a noción tecnocrático-empresarial del “cliente”. Los grupos sociales marginados se movilizan y reivindican a sus nuevos líderes, no importando que éstos escondan el autoritarismo típico de los Mesías o la intolerancia de los que se creen detentadores de la única verdad.
La administración Fox no supo ver a tiempo la magnitud que cobraría el fenómeno mediático y mesiánico del Pejelagarto. Todo lo contrario: se prestó ingenuamente al papel del villano del cuento, y sirvió de comparsa resonador de las sandeces que le recetaba el jefe de gobierno, en conferencias de prensa insulsas que poco aportaron para evaluar su gestión concreta al frente del gobierno de la ciudad de México. Pocos se preguntan hoy si ha sido o no un buen administrador de los bienes públicos. Lo que queda del asunto AMLO es el eco de los escándalos que le han permitido colocarse en el imaginario colectivo nacional como el venerable mártir de la democracia, a quien habrá que desagraviar otorgándole la silla presidencial. Una victoria completa para el astuto paladín de los menesterosos.
Para colmo, Fox quiere salvar para sí un poco de la desgarrada bandera de la democracia apropiándose de una demanda original del Pejelagarto: que los ciudadanos sujetos a proceso judicial no pierdan sus derechos políticos mientras no reciban sentencia definitiva y condenatoria. Tal vez esto será lo más rescatable de las acciones anunciadas el miércoles, cuando se hizo acompañar de la figura manoseada del paladín Madero. Imágenes dramáticas de un presidente a la defensiva y en retirada.
No me queda duda de que a partir de ahora el tabasqueño trotará en caballo de hacienda hacia su candidatura y eventualmente hasta la presidencia. Me parece que nadie lo podrá detener, ni el reeditado Cárdenas, ni el incompetente Creel (¿por qué no renunció también?), ni el fullero Madrazo, ni el TUCOM, ni nadie. Lo único que nos queda es esperar que suceda una de dos cosas: que AMLO madure y que abandone pronto su discurso y sus prácticas de populismo irresponsable, para así convertirse en estadista (a la manera del brasileño Lula), o bien que los electores no se dejen engañar por el canto sirenaico de los pícaros iluminados.

viernes, 22 de abril de 2005

El Ring de López Obrador

El affaire López Obrador está a punto de convertirse en la enorme manzana de la discordia de los mexicanos en este difícil inicio del siglo XXI. El país se encuentra prácticamente dividido en dos, según evidencian las encuestas más recientes, y todas las acciones que han emprendido la cámara de diputados federal, la PGR, la Presidencia de la República y muy pronto la Suprema Corte de Justicia (cuando defina el ámbito de las atribuciones de la cámara federal de diputados y la asamblea del DF), están azuzando a un avispero que muy probablemente se convertirá en el gran elemento disruptor de la política nacional.
Al haberse aceptado el desafuero del jefe de gobierno se está poniendo en riesgo la legitimidad de la joven democracia mexicana, todo por un asunto menor que bien pudo haber encontrado salidas más inteligentes que garantizaran la preservación del estado de derecho y la defensa de los intereses de los particulares afectados. De ninguna manera existe en nuestro país una tradición de aplicación irrestricta de la ley, más bien todo lo contrario, y como prueba podemos exhibir los pobres resultados que muestran en conjunto la procuración y la impartición de la justicia, mismos que han llevado a organismos internacionales como la ONU, la OCDE, Amnistía Internacional y otros a señalar esta área como uno de los grandes rezagos nacionales. Hoy se quiere “comenzar por algún lado” y mañosamente se ha escogido arrancar con el jefe de gobierno.
En otros países, como Francia o España, los representantes populares deben responder legalmente a infracciones consideradas no graves, como la que se le reclama a López Obrador, pero hasta el término del mandato para el que fue elegido. O bien deben ser sujetos a un complejo proceso de empeachment, como sucedió en los EUA con el caso de Clinton y su amorosa becaria, o en Brasil con Collor de Mello. Además cuando los gobernantes eventualmente son sujetos a proceso no pierden sus derechos políticos, sino hasta que el juez dicte una sentencia condenatoria. En México procedemos al revés, y despojamos a los ciudadanos que son indiciados de todos sus derechos de participación política. El sistema asume que el ciudadano es potencialmente culpable y que debe demostrar su inocencia para poder votar o ser votado. Esa es una injusticia estructural que nos afecta a todos los mexicanos.
La batalla que está dando el tabasqueño puede tener efectos impredecibles e incluso dañinos para nuestra convivencia social. Los ánimos se están caldeando y a nadie conviene que se generen mártires que fácilmente sean presa de los fundamentalismos ideológicos y el mesianismo. López Obrador puede verse empujado hacia ese extremo, y asumir la defensa de su precandidatura como si fuera una causa irrenunciable para la izquierda mexicana, que debe confrontar a los “demonios” del neoliberalismo, entre los que incluye a Carlos Salinas, el matrimonio Fox y a muchos otros complotistas, enemigos del pueblo, según él. No hay nada más peligroso en política que los líderes empujados hacia los extremos, que traducen la realidad en términos de “conmigo o contra mí”.
El gobierno federal ha hecho muy mal en confrontarlo y darle foro. La presidencia de la República, en sus aceleres foxianos, decidió salirle al paso y servirle de sparring en la batalla mediática, que en estos momentos lleva ganada el pejelagarto. Para colmo se ha apoyado en dos personajes que carecen de carisma y un mínimo de “don de cámaras”: el timidísimo Rubén Aguilar y el soberbio Santiago Creel. Contrastan mucho con el desparpajo relajado de López Obrador. Aunque pensándolo bien todos comparten el lenguaje cantinflesco, sólo sazonado por López Obrador con su sabroso acento caribeño.
Es evidente que el Peje es un demagogo --no muy diferente de muchos de los que hoy nos gobiernan por cierto--, pero su trajinar no podrá será detenido mediante medidas truculentas y legaloides, sino mediante los votos de los mexicanos. Y si llega a la presidencia, el suceso no será más dramático que el arribo de Vicente Fox, a quien muchos señalaban que sería un auténtico “chivo en cristalería” antes de que el peso de la investidura lo hiciese poner los pies en la tierra –y sin embargo ya vemos cómo ésta se le olvida con frecuencia.

sábado, 16 de abril de 2005

Desafuero de la política

Si intentara condensar una opinión personal sobre el estado actual de la política en México, me aventuraría a hacerlo así: en nuestro país el recurso de la política está a punto de ser desbordado por los intereses de grupo, ignorando las demandas del conjunto social. Varios hechos nos hacen llegar a esa conclusión pesimista. En primer lugar el desvergonzado uso político de la justicia, que impide una y otra vez que concretemos la construcción de un sistema confiable de leyes y de juzgadores imparciales. En segundo lugar la ineficacia e incapacidad de la élite gobernante, que ha dejado escapar una de las mejores oportunidades históricas que ha tenido nuestro país para proyectarnos de forma definitiva a la modernidad. Cuatro años y medio se les han escapado, y no lograron nunca construir un solo acuerdo en las materias más urgentes de atender hoy día: la reforma del Estado, la fiscal, la de la seguridad social, la energética, la laboral, la de comunicaciones, la de los capítulos problemáticos del TLC y también la urgencia de establecer un acuerdo migratorio con los Estados Unidos.
Un tercer hecho que oscurece el panorama es la creciente evidencia de que las mafias de la delincuencia organizada controlan espacios cada vez más amplios de la geografía social mexicana. La frontera está prácticamente en manos de los delincuentes (Tijuana, Ciudad Juárez, Matamoros, Nuevo Laredo). La ciudad de México ha maquillado sus cifras delicuenciales para apuntalar las aspiraciones personales de López Obrador. Sinaloa es francamente territorio narco. Guadalajara ha perdido el control de su seguridad ante el poder económico de los mafiosos. El Estado de México, Morelos y otras entidades implementan políticas represivas y de terrorismo de estado para combatir violencia con violencia. En Guanajuato se nos miente y nos dicen que somos la ínsula Barataria de la seguridad. En fin, que el Estado mexicano no controla ya ni a sus propias fuerzas o recursos en este campo.
Un cuarto hecho es el crecimiento imparable de la migración de mexicanos hacia el exterior. Un 10% de los nacidos en México viven hoy fuera de su país, la gran mayoría de ellos en los Estados Unidos. El Banco de México proyecta para este año el ingreso de 20 mil millones de dólares en remesas familiares. Sólo el incremento en los precios internacionales del petróleo ha impedido que este concepto de ingresos rebase a las exportaciones de crudo como componente principal de ingresos de nuestra balanza de pagos. Pero a su vez es una prueba fehaciente de nuestra incapacidad histórica para generar oportunidades de desarrollo para nuestra gente. Y en esto han fracasado gobiernos del PRI, del PAN y del PRD. El gobierno federal ha tirado la toalla frente a los Estados Unidos en la consecución de un acuerdo migratorio que proteja a los paisanos y que se acepte la realidad ineludible de nuestra vecindad y el tremendo diferencial de sueldos y oportunidades. También aquí falló la política.
Faltan 20 meses para el relevo presidencial, y el presidente Fox ha dejado de hacer política. Ya nadie se hace ilusiones respecto a la posibilidad de echar adelante una sola de las grandes reformas prometidas en tiempos de campaña. El ejecutivo luce cansado, malhumorado y consumido por la angustia que le produce su incapacidad para negociar y trazar alianzas estratégicas. El golpe a López Obrador fue producto de negociaciones tenebrosas con el PRI, el rival histórico del PAN, que disfrazan la defenestración del jefe de gobierno como ejemplo de respeto a la legalidad. Es cierto que el personaje tabasqueño es inquietante y podría representar riesgos insospechados --así como oportunidades potenciales--, pero no se justifica esta especie de “fraude patriótico” por adelantado que desplaza al precandidato con más simpatías –aparentes-- de la posibilidad de competir en buena lid. La política auténtica establecería que a este cabecilla “adalid de los pobres” debe ser derrotado en las urnas mediante el convencimiento de los electores, no mediante truculencias judiciales que huelen a estafa.
Los políticos no están haciendo política. Tampoco lo hacen nuestros representantes legislativos, que con su voto en masa confirmaron que continúan dándole más importancia a la obediencia hacia sus líderes partidistas que hacia las voluntades de sus electores. Por eso debe existir la reelección legislativa, para poder castigar a estos pseudorepresentantes populares.

viernes, 8 de abril de 2005

De desafueros y mezquindades

Confieso que me da mucha flojera contribuir al desgastado debate sobre el inminente desafuero escribo un día antes de la sesión de la Cámara de Diputados de Andrés Manuel López Obrador. Pero parece ser que hoy día no se puede hablar de otra cosa en la política nacional, inclusive en la semana en que murió el Papa. Aclaro que el personaje tabasqueño me produce bastante desconfianza, pues me irrita escuchar a diario los desatinos populistas en sus conferencias de prensa. Me suena más a un activista trasnochado de los setenta que a un potencial jefe de estado. No es de mis afectos, pues considero que la izquierda mexicana merece líderes serios que tengan ideas viables y consecuentes, no solamente sentencias absolutas, simplistas y admonitorias, como las que nos receta sin piedad el gobernante defeño.
Sin embargo también me siento irritado por el oportunismo de los adversarios de López Obrador, particularmente los que actúan desde el ejecutivo federal y los dos principales partidos políticos nacionales. Es sorprendente con qué caradura pueden afirmar que en este caso sólo se aplica la ley, y que pretendan con ello desconocer que existe un plan evidentísimo para cortarle el paso al precandidato puntero en las encuestas y uno de los gobernantes más populares del país. Se le va a despojar de su fuero constitucional sin importar que el indiciado ni siquiera haya emitido un solo documento incriminador, o que exista un solo testimonio de que él haya ordenado la desobediencia al laudo judicial, y no sus subalternos.
Creo fue Benito Juárez quien dijo: “a los amigos ley y gracia, a los contrarios la ley”. Esto es lo que está sucediendo con López Obrador. Nunca habíamos visto a un gobierno y a una procuraduría tan afanados en cumplir a rajatabla con una orden judicial. Cuántos miles de ciudadanos quisieran haber recibido justicia con tal afán y con tanta determinación, en ese 90% de casos denunciados que se quedan sin resolver en los ministerios públicos. La ley en México se sigue aplicando de forma parcial e interesada, y se sigue contaminando al aparato judicial con los intereses políticos del ejecutivo en turno, no sólo el federal, sino también los locales. Ejemplos tenemos muchos tanto en México como en Guanajuato. Y a confesión de parte relevo de pruebas: el presidente Fox ha manifestado que la decisión más difícil de su administración ha sido el asunto del desafuero; es decir su venia personal a que la procuraduría procediera contra el jefe de gobierno. Y recordemos las consignas ventiladas en el cónclave de Mellado.
Si la justicia fuera de a de veras pareja con todos, ¿por qué no se aplicó el desafuero a los legisladores responsables del Pemexgate? ¿Por qué no hubo consecuencias luego que se demostró el exceso de gasto de campaña de Santiago Creel? ¿Por qué no se consignó a Luis Echeverría? ¿Por qué no se castigó al traficante de influencias que laboraba en la secretaría de Salud? La impunidad prevalece en asuntos bastante más graves que el haber desobedecido a la autoridad judicial en un asunto particular de accesos y terrenos.
Es claro que se está negociando ya el acceso a la presidencia de la república en el 2006. Sería ingenuo negarlo. Nada en política es gratuito o casual. Y la justicia se está empleando como instrumento que realizará el trabajo sucio de la política partidista. Esto representa no un avance, sino una regresión en la convivencia democrática nacional. Si los insidiosos tienen éxito quedarán heridas que tardarán mucho en sanar entre la comunidad política nacional, y marcará una pauta para futuros descontones políticos aprovechando cualquier traspié que tenga el contrario. Así nunca podremos llegar a construir los acuerdos básicos que le urgen a este país, que se ha empachado con la democracia y hoy padece una incapacidad para avanzar dentro de las vías del progreso compartido.
Ojalá que este jueves los diputados se desafanen de la disciplina partidista mal entendida, y que voten realmente en función de su conciencia personal y su compromiso con la democracia efectiva, y no la negociada entre las élites. Déjenos decidir nuestro futuro con nuestros votos, no con sus ardides palaciegos.

sábado, 2 de abril de 2005

¿Y cómo votar desde el exterior?

Dediqué mis tres anteriores contribuciones (25 de febrero, 4 y 11 de marzo) a la revisión de los avatares y asegunes que se presentan ante la probable aprobación (ahora por parte del Senado) de los mecanismos para posibilitar el voto desde el extranjero para nuestros connacionales. Manifesté mis reservas ante la premura y la escasez de recursos, que pondrían en riesgo la tan costosa confiabilidad que han podido ganar los procesos comiciales en nuestro país, pues se abre así un horizonte inquietante para eventuales maniobras desde el exterior que se amparen en la imposibilidad práctica de aplicar la norma electoral mexicana extraterritorialmente –algo a lo que por cierto se ha opuesto nuestro país desde los abandonados tiempos de la doctrina Estrada.
Si bien es poco realista pretender que en las elecciones presidenciales del 2006 se cuente con un esquema confiable y eficaz de recolección y conteo de votos desde el exterior, amén de contar con los recursos diplomáticos para que las autoridades extranjeras colaboren en la salvaguarda de la seguridad del proceso, es cierto que con esta medida se está cubriendo una deuda social y política hacia ese diezmo de mexicanos que han tenido que salir del país por falta de oportunidades. Es cierto que ellos sostienen las economías locales y familiares de multitud de regiones del norte, centro y sur del país, y que en efecto hoy día sus opiniones son consideradas con cuidado por parte de sus parientes y amigos que permanecieron en las comunidades de origen, por lo que participan activamente en la micropolítica de la nación, quiéralo o no el gobierno. Ellos son ya un factor de poder efectivo, y de ninguna manera se han alejado o desinteresado de los asuntos públicos que afectan a su terruño, siempre añorado e incluso reverenciado. En muchos sentidos son más mexicanos que los que nos hemos quedado por acá a lidiar con nuestras pobrezas y la falta de visión de nuestros líderes.
El mecanismo para emitir el voto que ahora se prescribe en el Cofipe es en extremo cerrado, pues no contempla opción alguna diferente a la de apersonarse ante la casilla y depositar de propia mano la papeleta electoral. Gracias a esa restricción el esquema ha ganado en confiabilidad, pero se ha quedado a la saga de la modernidad tecnológica que ya se aplica en multitud de países con democracias consolidadas –o casi, como en Perú. Por ello, si intentamos aplicar nuestro dispositivo caduco en países como los Estados Unidos estaremos provocando problemas que pronto se convertirían en las nuevas rajaduras por donde haga agua el sistema electoral. Imaginemos los riesgos de empadronar a los indocumentados, de poseer listados nominales con domicilios y otros datos –oro molido para las empresas de publicidad americanas--, de reclutar cientos de miles de funcionarios de casilla y de representantes de partido, de regular la propaganda y las inequidades, conseguir los espacios para instalar casillas o centros de votación, garantizar la seguridad de los votantes y candidatos, garantizar la integridad de los materiales electorales, impedir las redadas de la migra, y un montón de riesgos adicionales que se nos pueden ocurrir si imaginamos la jornada a la manera como la realizamos en nuestro país.
Por eso yo opino que antes de avanzar hacia este precipicio, deberíamos ensayar en nuestro territorio nuevas formas de emisión del voto, más modernas, abiertas y eficaces, superando las viejas desconfianzas y dándoles un renovado voto de confianza a las autoridades electorales. Primero habría qué ensayar el voto por correo. ¿El servicio postal mexicano es ineficiente y poco confiable? Pues qué mejor excusa para meterle mano a profundidad y convertirlo en el servicio público vigoroso que demanda una sociedad moderna. Si se puede votar por correo podremos implementar el voto por adelantado, lo que aliviaría a la jornada de los votantes “duros”, a los que ninguna campaña les hará cambiar de opinión sobre sus opciones partidistas. Alrededor de un tercio de los electores son de este tipo. ¡Un enorme desahogo!
Luego habría que ensayar el voto electrónico masivo, a la manera brasileña, manteniendo hasta lo posible un respaldo documental, por si se “cae” el sistema. La credencial para votar incluye una banda magnética que hoy no tiene uso alguno. Podríamos aprovecharla de esta manera. Además, habría que bajar el número de casillas e incrementar los centros de votación. El ciudadano debe invertir más esfuerzo en la emisión de su voto y abandonar el paternalismo. ¿Votar por Internet? Me parece todavía imposible en el espacio de los hackers. ¿Y por qué no cambiar las fechas de las elecciones y acercarlas a diciembre y enero, cuando miles de paisanos regresan a sus comunidades? Si logramos esa modernización podríamos pensar en el voto desde el exterior sin riesgos, y eso quiere decir que habría que esperar al 2012. Muy tarde para muchos, pero no para el país.