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viernes, 6 de octubre de 2006

El cerco de Numancia

Un presidente con miedo a su propia gente es un mandatario patético. Ese fue el mensaje que recibí el miércoles pasado, cuando me convertí uno de los centenares de guanajuateños -los sufridos habitantes de la cañada- que fuimos víctimas de los delirios de persecución del Estado Mayor Presidencial y de los responsables de la seguridad local. Se nos impidió el libre tránsito por nuestra ciudad desde muy temprana hora, a pesar de que la inauguración estaba anunciada hasta la tarde-noche. Varias vías del centro de la ciudad fueron cerradas o casi, ya que para poder transitar por ellas se nos demandó presentar identificación, dejarse revisar y dar una explicación prolija a torpes agentes de seguridad que difícilmente tienen capacidad de discernir quién de los interrogados es un temible terrorista de Al-Qaeda, un violento manifestante de la APPO, un machetero de Atenco, un furibundo lopezobradorista o un simple transeúnte que requiere realizar sus menesteres cotidianos.
Mi caso puede ser ejemplar: ese día poco antes de las nueve de la mañana me dirigía al café Valadez a desayunar con unos periodistas de La Jornada, cuando se me impidió el paso al Jardín de la Unión. Un par de lerdos elementos de la FSPE me detuvieron en mi intento de pasar por entre las vallas metálicas que el EMP había instalado desde la madrugada. Me exigieron explicarles a dónde y a qué me dirigía, a lo que me rehusé alegando mi derecho constitucional al libre tránsito. Me demandaron entonces una identificación, y les mostré la ineluctable credencial del IFE. La miraron como botarates, no supieron qué más hacer y me les colé sin dar oportunidad a que me siguieran interrogando, no sin algo de miedo a que me aplicaran una “paciflorina”. Fue un momento kafkiano, un absurdo completo y motivo para que me sintiera amenazado, humillado y enojado. ¿De qué les sirve cuestionar y demandar identificaciones si no las pueden cotejar con nada? ¿Tienen acaso una lista de alborotadores a los que deben impedir el paso? ¿Con sus preguntas pueden detectar quién se prepara para insultar al presidente o incluso agredirlo? Claro que no: lo que se buscaba era intimidar, disuadir, amedrentar. No instalaron arcos detectores de metales, por lo que infiero que no esperaban detener a sujetos armados. Entonces, ¿de qué sirve irritar a una ciudad entera con estos desplantes de arbitrariedad autoritaria? ¿La constitución y los derechos humanos se suspenden cuando aparece su majestad el presidente?
Como en los viejos tiempos de doña Carmen Romano, cuando el EMP tomaba por asalto a la ciudad, el miércoles se nos arrebataron nuestras calles. Era evidente el miedo a manifestaciones de repudio, que al final ni siquiera se dieron, más que tímidamente por parte de un grupo muy limitado de seguidores del peje. ¿Se justifica bloquear el tránsito de centenares de personas sólo para evitar que los sensibles oídos presidenciales escuchen gritos inoportunos? ¿Y el derecho a la libre manifestación dónde quedó? ¿Hay situaciones de excepción? Yo creo que más bien es parte de la consabida estrategia de los subalternos de encapsular al presidente para engañarlo y ocultarle la realidad. Y luego para colmo el presidente ni siquiera se apareció por el Teatro Juárez o el Jardín de la Unión. ¿El EMP no conocía su itinerario de antemano?
Esto no habla bien de los “demócratas” que hoy nos rigen en los tres niveles de gobierno. El presidente Fox, tal vez sin saberlo, remitió un mensaje de temor a las reacciones opositoras. Y por su parte, la nueva administración estatal se inaugura -voluntariamente o no- con una inútil exhibición de autoritarismo. ¿De qué les sirvió llenar la ciudad de vallas y agentes de seguridad? ¿Se evitó así algún atentado contra la integridad de alguna persona? Sin duda que no. Sólo se evidenció que no importa tanto quién esté a cargo, en nuestro país el poder se ejerce siempre de la misma manera: con la mística de la autoridad que heredamos de nuestro pasado despótico.
Mala manera de comenzar la fiesta del espíritu: evitando que los ciudadanos comunes gocen de sus libertades básicas y enajenándolos de sus calles. ¿Esto nos espera? Lástima.

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