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viernes, 19 de enero de 2007

Del condón líbranos Señor

Los guanajuatenses conocemos bien al doctor José Angel Córdova Villalobos, actual secretario de salud federal. Por supuesto sabemos de su bonhomía y su profunda calidad humana. Sus capacidades profesionales y académicas, así como sus habilidades de conducción de proyectos ambiciosos, quedaron evidenciadas durante su destacable desempeño como director de la Facultad de Medicina de la Universidad de Guanajuato, una de las mejores del país, y luego como presidente del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato en su etapa de consolidación. Fue el primer egresado titulado de la maestría en administración pública de la UG, y luego realizó un doctorado a distancia en una universidad americana. Es, en suma, una persona inquieta, decente y capaz. Pero el doctor Córdoba no deja de tener un “defecto”, común a la mayor parte de los abajeños: en términos ideológicos es un conservador irredento.
El término “conservador” tiene en México una connotación sumamente negativa, en contraste con lo que sucede en otros países de Iberoamérica, donde este concepto es usual y bien aceptado por toda la clase política, incluyendo la de los propios conservadores. El pasado revolucionario de México nos ha llevado a considerar que un conservador --alguien comprometido con el mantenimiento de un cierto estado de cosas-- es por necesidad un “reaccionario”, término peyorativo que implica reaccionar en contra de todo lo que huela a modernizante o progresista.
Las recientes declaraciones del doctor Córdova han levantado una polémica nacional, la primera realmente importante en las pocas semanas que lleva la administración calderonista. No podemos decir que hayan causado sorpresa, pues ya se conocía la posición personal del galeno, particularmente cuando siendo presidente de la comisión de salud de la cámara de diputados federal se opuso a la inclusión de la “píldora del día siguiente” en el cuadro básico de medicamentos del sector. Lo que sí fue novedoso consistió en la franqueza con que el nuevo secretario manifestó sus objeciones personales a algunas de las campañas previas en torno a la prevención del VIH-SIDA, el combate a la homofobia y la promoción del uso del condón. Me dio la impresión de que el doctor Córdova no había estructurado un discurso meditado, que sin hacerle renunciar a sus convicciones personales evitase poner en riesgo el buen desarrollo de una de las políticas públicas más exitosas que se han gestado en este país. Creo yo que el secretario, desde un principio, debió dejar en claro que sabe hasta dónde puede llegar su doctrina personal, dejando a salvo la laicidad y cientificidad de los programas públicos de salud. Pero como no fue así, y quedó en el aire la impresión de que daría marcha atrás en varios de los asuntos que han causado escozor a las buenas conciencias, ahora el secretario ha tenido que reconocer la imprudencia de sus manifestaciones públicas previas, y ha buscado componer las cosas al estilo de Rubén Aguilar: afirmando que no dijo lo que dijo.
Hay que reconocer el hecho de que en materia de salud, así como en educación y en otros rubros, el sentido de los programas de atención pública siempre causará polémica, ya que por necesidad requieren de una definición ideológica que les dé sentido. Pero también es cierto que en cuestiones de salud el margen para las interpretaciones morales es muy pequeño, ya que la efectividad de los programas es directamente proporcional a la cientificidad con que estén diseñados. El caso de la prevención del SIDA es paradigmático: no se puede apostar a la “entereza moral” de las personas, invitándolas a que se porten bien y se abstengan de adoptar conductas de riesgo. Hay que asumir los hechos reales tal y como son, y no apostarle a utopías pundonorosas. Es por eso que el uso del condón no puede ser desdeñado, y su promoción no debe ser interpretada como un fomento de la indecencia y la liviandad. ¡Dios nos libre! –exclamó un ateo.
Yo estoy seguro de que el doctor Córdova aprenderá mucho de esta lección, y que procurará definir más asiduamente la frontera entre sus creencias íntimas y su accionar público. Y con esto no me refiero a asumir una actitud hipócrita o esquizofrénica, pues todos nosotros lo hacemos a diario y por fuerza separamos lo público de lo privado. Tanto derechosos como izquierdosos son expertos en este arte de la separación de las aguas del mar Rojo, y asumen una actitud pragmática ante la imposibilidad frecuente de traducir nuestras utopías en proyectos de acción. Y aunque este asunto representó un traspié, yo sí le apuesto a la capacidad de aprendizaje de nuestro paisano, quien por cierto siempre se ha caracterizado por su gusto por aprender y cultivarse.

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