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viernes, 22 de junio de 2007

Ley universitaria

La nueva Ley Orgánica de la Universidad de Guanajuato finalmente ha sido publicada en el Periódico Oficial del estado (15 de junio, tomo CXLV, número 96, pp. 35-56). Con este paso, la institución educativa emprende un nuevo y difícil camino que le ocupará durante los siguientes 18 meses: transformarse orgánica, normativa y académicamente en un sistema universitario, en una red institucional que gane en flexibilidad y en pertinencia con relación a las necesidades concretas de la sociedad guanajuatense dentro de la diversidad de sus regiones. La universidad abandonará así la concha anquilosada en la que “creció” en las últimas seis décadas, durante las cuales se resistió a desbordar su nicho original, tanto geográfica como disciplinariamente. Si analizamos su crecimiento histórico, es fácil darse cuenta de que la UG se mantuvo estática y extática, reactiva pero no proactiva, y repetidamente fue rebasada por su realidad social y económica inmediata. En suma, era una corporación que se regodeaba en su autocomplacencia, en su provincialismo y su obsolescencia -lo lamento, aunque me corran, debo decirlo con todas sus letras-. Era, es, sin embargo una entidad con probada calidad, pero con bajo impacto sobre la colectividad a la que sirve. Esa calidad era más producto circunstancial de la suma de las voluntades individuales de profesores, estudiantes y administradores, que a un diseño institucional eficaz, aglutinante, optimizador de recursos y propiciador de iniciativas de avanzada en los ámbitos de la educación, la investigación y la cultura. La universidad ha sido competente, pero muchas veces lo fue a pesar de sí misma.
La reforma actual significa un golpe de timón a esta situación. Con la nueva ley, la universidad se verá posibilitada para ensayar un salto cualitativo y cuantitativo hacia el futuro, pero ahora adelantándose -ad ante- a las circunstancias y no siendo víctima -ex post- de las mismas. Los campii universitarios regionales y pluridisciplinarios, así como la organización departamental permitirán aprovechar de mejor manera los actuales recursos humanos y materiales, y atraer a otros nuevos, para potenciar un esfuerzo colectivo que sólo requiere de la confianza mutua, de la sintonía con las sociedades regionales y de una nueva conceptualización de lo que significa ser universitarios en el siglo XXI.
La adaptación al nuevo modelo descentralizado y volcado hacia las regiones del estado no será cosa fácil. Habrá qué enfrentarse a las inercias acumuladas desde tiempos del Colegio del Estado. Inercias equivalentes a resistencias personales -profesores anquilosados, administradores holgazanes, estudiantes desorientados-, colectivas -sindicatos charros, academias manipuladas, grupos de poder internos, partidismos oportunistas, etcétera-, institucionales -autoridades incapaces, burocratismo, desorganización- y políticas -incomprensión del proceso por parte de gobernantes y representantes, es decir del ejecutivo y el legislativo-. No todos comprenderán que hay urgencia de cambiar para adaptarse a un contexto implacable en el estado, el país y el mundo. Muchos verán amenazada la “colmena legendaria”, el “viejo relicario” y sus rancias tradiciones. Otros vislumbrarán aviesos intereses de poder del rector o de otros personajes detrás de este crecimiento. Pero con honestidad yo espero que la mayoría de los miembros de la comunidad universitaria interpretemos ésta como la oportunidad histórica que no habíamos sabido construir hasta hoy. Con el nuevo modelo podemos ser más y ser mejores, pues nos obliga a voltear la vista más allá de nuestras atalayas cuevanenses, y sus baluartes en nueve municipios. Deberemos compartir recursos, siempre escasos, para poder cumplir con la expectativa social que se está despertando en León, en Salamanca-Irapuato, en Celaya y en el promisorio eje sureño. Pronto habrá que pensar en el norte, en el sureste y en el suroeste, para consolidar así la red de campus que nos convertirá en LA -así, con mayúsculas- Universidad de Guanajuato.
La ley emitida por el congreso local no es la mejor ley -“no es la mejor, pero sí la idónea” diría Espino el abucheado-, pero es una buena ley. A mí no me gustó el manoseo absurdo sobre el colegio o junta directiva. Se impuso una falsa “representación social” sobre ese cuerpo, y se le recortó vigencia hasta el ridículo término de dos años. Pero se puede vivir con ello. Finalmente lo sustantivo se dejó tal cual y me congratulo por ello. Pero el camino más rudo hoy está frente a nosotros.

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