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viernes, 5 de octubre de 2007

Estulticias foxianas

Antes de entrar al tema nodal de esta colaboración, distraeré estas primeras líneas para enviar un cordial saludo al amable funcionario guanajuatense del CONACyT que tuvo la deferencia de comentarme que me lee todos los viernes, y que con toda seguridad es mi primer lector del día pues tiene la costumbre de consultar la página electrónica de Correo a las 6:30 de la mañana. Siempre se agradecerá ser leído, y más de manera tempranera, cuando la mente aún no se obnubila con las telarañas del ajetreo cotidiano. ¡Un fuerte abrazo!
Es difícil sustraerse a la necesidad de opinar sobre el asunto nacional que ha hurtado los encabezados periodísticos: la exhibición imprudente de la bonanza personal y familiar del expresidente Fox. Ésta fue desnudada ante el peor de los auditorios, el de una revista de frivolidades que se solaza habitualmente en la ostentación de los ricos y poderosos para alimentar las ensoñaciones del común de los mortales, pobretones y mal vestidos. No puedo evitarlo, me cuento entre estos últimos, por lo que no resistí la tentación morbosa de visitar el sitio de la publicación de marras (www.quien.com/portada/los-fox-su-vida-despues-de-los-pinos) y recorrer las 2 mil 361 palabras por las que trascurre la verbosidad del artículo --nada mal escrito por cierto, incluso con buen sentido de oportunidad periodística. Las respuestas de la entrevista, sin embargo, transparentan la inconsciente inmodestia del nuevo rico, la petulancia disfrazada de sencillez afable. Doña Martha no se quedó a la conversación; dejó a su marido expresidente solito ante los periodistas, y “ya sin la compañía de su mujer, posó para la cámara en el interior de su casa, la cual construyó hace más de tres décadas con su sueldo de 15 años de trabajo en Coca-Cola, donde llegó a ser presidente para América Latina”. Sabemos bien que don Vicente no logró dicho puesto, ni acumuló capital personal de consideración antes de su ingreso a la política. El estado de su casa es sin duda muy diferente al del año 2000 y mucho más al de 1995, cuando acumulaba deudas personales que le hicieron dudar cuando le propusieron buscar la candidatura panista al gobierno de Guanajuato.
El paseo fotográfico resulta lo más bochornoso, tanto por el despliegue de ostentación palaciega como por lo evidente de su novedad. Es claro que la casa experimentó una profunda intervención y renovación reciente, y que no es un inmueble que haya acumulado pátina. Luego se nos muestran láminas de la estancia campirana, un rancho que ha dejado de serlo y que se antoja más a una hacienda de telenovela, o a una finca texana tipo rancho Crawford -con la diferencia de que esta heredad de los Bush es producto de una riqueza familiar petrolera, previa a sus desempeños presidenciales. El paseo por la casa me llamó la atención por dos razones: el derroche de gusto kitsch en los enseres y el mobiliario y la ausencia de sentido arquitectónico que mantuviese el espacio dentro de los patrones de las casas solariegas del Bajío. El arquitecto Serrano sencillamente despreció la racionalidad de la construcción vernácula y les elaboró un castillete con altísimos techos de dos aguas -no vaya a ser que la copiosa lluvia del Valle de Señora les llene de goteras las azoteas.
Luego se han venido acumulando explicaciones inverosímiles por parte de la pareja presidencial. Resulta que el rancho La Estancia, adquirido por Fox en 1997 y nunca reportado en sus declaraciones como gobernador (Miranda y Argueta, Fox 2000 al natural, p. 98), está valuado en la declaración presidencial en 300 mil pesos -menos de lo que cuesta una casa de interés social-, mientras que el periódico Reforma, con base en lo calculado por la asociación de profesionales inmobiliarios, lo estima en al menos 29 millones de pesos. Y eso que en ese año de 1997 el gobernador Fox reportó ingresos totales por un millón 415 mil pesos.
Luego, ¿cuánto está costando la construcción del Centro Fox? No hay información en la página electrónica, pero es evidente que se llevará una millonada el auditorio para 500 personas, la sala de bienvenida, la biblioteca de 25 mil volúmenes -poquísimos para un centro de alto nivel-; el acervo digitalizado de tres millones de documentos; la explanada para tres mil personas -como la Plaza de los Fundadores de León-; el área para exhibir los obsequios que recibió el ex presidente -feos o bonitos-, y la cafetería-restaurante. Los académicos e investigadores serios se sonríen ante esta idea, y se preguntan si no sería mejor dedicar esos recursos a un mejor fin. Las obras de beneficencia de la fundación Vamos México, por ejemplo. Y yo me pregunto: ¿en qué términos habrá firmado la Universidad de Guanajuato el convenio de colaboración con el Fox Center, que se ha anunciado?
El viejo régimen tenía pocas bondades, sin duda, pero una de las más destacables era la tradición sabia del silencio discreto y el recogimiento a la vida privada que los expresidentes debían mantener. Se preservaba así la estabilidad del régimen y se cuidaba que el ciudadano común, siempre desconfiado de la honorabilidad de sus gobernantes, no recibiera confirmación involuntaria de las pillerías presidenciales.

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