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martes, 16 de junio de 2009

Migraciones y empoderamiento

Los estudios sobre la migración laboral internacional cobran cada vez más importancia en el mundo, ya que el modelo globalizado de nuestra economía desconoce las fronteras políticas no solamente en cuanto a bienes comerciales o flujos de capital, sino también a la fuerza de trabajo, que es atraída hacia donde se le necesita. No hay posibilidades reales de detener esas corrientes de población, ya que responden a las mismas leyes que imperan en la libre circulación capitalista. Nuestro país, que tantos brazo exporta a los Estados Unidos y Canadá, confirma este imperativo categórico de la globalización.
Lo anterior viene a cuento porque a semana pasada participé en la 29 versión del congreso internacional de la Latin American Studies Association (LASA) en Río de Janeiro, Brasil, donde se reunió un cúmulo de académicos y cientistas sociales a debatir sobre los grandes problemas que afectan el subcontinente latinoamericano. Entre esas candentes cuestiones se cuenta, destacadamente, la migración internacional. México, Centroamérica y cada vez más Sudamérica exportan trabajadores hacia el norte del continente, con resultados que deben ser analizados y debatidos con mucho esmero.
En la mesa de trabajo donde participé se analizaron los casos mexicano, brasileño –con sus migraciones desde y hacia Africa, Japón y Portugal-, Centroamérica –migración que atraviesa nuestro país hacia los Estados Unidos- y por supuesto México. Impresionan los paralelismos que se evidencian en cada uno de estos procesos, como por ejemplo la creciente concientización de los migrantes y su liderazgo en lo referente a la defensa de sus derechos, tanto en los espacios de destino como en los de origen.
En México ha sido claro que en los últimos veinte años se han desatado cambios muy importantes en la actitud política de los migrantes. Si tomamos como punto de referencia la amnistía del la ley IRCA en 1986, que regularizó a cientos de miles de paisanos y a sus familias, y a la elección presidencial de 1988, podemos detectar un protagonismo creciente de parte de los trabajadores emigrados y sus líderes. Con mucha rapidez han abandonado la docilidad y el sentido de resignación que caracterizó a los trabajadores braceros de los años cuarenta a setenta, para sustituirlos por un protagonismo ascendente y una potente capacidad de interlocución, e incluso chantaje, hacia los poderes constituidos en sus lugares de origen y de destino. La marcha del 1 de mayo del 2006 estableció con claridad que existe una conciencia de grupo y de empoderamiento en los Estados Unidos, que ahora nadie puede ignorar. Los candidatos Obama y McCain entendieron con claridad en el 2008 que la comunidad hispana, mayoritariamente mexicana, es un componente esencial para cualquier triunfo electoral. En México no ha sido diferente: los gobiernos y los representantes populares deben negociar ahora con los emigrados y sus organizaciones si quieren tener un mínimo de efectividad ante las comunidades que se mantienen en el terruño. Todo ello coincide con lo que está sucediendo en otras naciones: empoderamiento y participación.

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