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viernes, 9 de octubre de 2009

El discreto encanto de la Reelección

El discreto encanto de la Reelección



Por: © Luis Miguel Rionda ©


Publicado en de León.

En los sistemas políticos competitivos, como lo es de forma creciente el mexicano, el mecanismo de la reelección en el puesto ejecutivo o representativo suele tener efectos benéficos para la consolidación de una clase política profesional y rendidora de cuentas. Pero definitivamente no sucede así en sistemas no competitivos y autoritarios, como lo fue el periodo porfirista en nuestro país, o en casos paradigmáticos como el de Leónidas Trujillo en la República Dominicana, quien gobernó entre 1930 y 1961 hasta que salió de la presidencia con los pies por delante, literalmente. Durante su tiranía trujillista, los ciudadanos dominicanos que querían progresar y tener tranquilidad debían enrolarse en el Partido Dominicano, el del presidente, que ganaba las elecciones con casi el 100% de los votos. Algo muy similar sucedió en Cuba con Batista, y desde 1961 con Fidel Castro. Éste siempre se sometió al “voto popular” para poder mantenerse como diputado en la Asamblea Nacional del Poder Popular, donde a su vez era electo reiteradamente Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y Presidente del Consejo de Estado. Claro que nunca perdió una elección, hasta su retiro el año pasado, y su porcentaje de votos siempre fue superior al 98%. Por supuesto, en sistemas de partido único las elecciones son plebiscitarias: es decir se vota a favor o en contra del candidato que propone el partido de Estado.
La no reelección presidencial en México tiene raíces históricas muy profundas que explican su adopción: las once veces en que Antonio de Santa Anna fue presidente de la República, los catorce años en que gobernó Benito Juárez –a quien sólo la muerte le salvó de convertirse en un nuevo caudillo-, y luego vendría la Revolución de Tuxtepec de 1876, que llevó a Porfirio Díaz a la presidencia bajo el lema de “que ningún mexicano se perpetúe en el poder y ésta será la última revolución”. Gobernó cuatro años; los siguientes cuatro dejó el gobierno en manos de su incondicional compadre Manuel “el manco” González, y regresó en 1880 para no irse hasta que le echó la fuerza de las armas maderistas en 1911, otra vez bajo el lema de la “no reelección”.
Además de México, en América Latina existe la prohibición absoluta de reelegir al presidente de la República incluso de forma no consecutiva en Paraguay, Costa Rica, El Salvador, Guatemala y Honduras. En Colombia la prohibición se levantó en 2004 para permitir la reelección del zaino y astuto Álvaro Uribe, quien ya está promoviendo una nueva reforma constitucional para poder buscar la presidencia por tercera ocasión en 2014. Se apoya en la fuerza de las armas del poderoso ejército colombiano, armado por el “Plan Colombia” de los gringos.
En Venezuela el histriónico Hugo Chávez ya afianzó su reelección ad perpetuam. En diciembre pasado había declarado que: “si Dios quiere y mi salud lo permite, estoy listo para estar con ustedes hasta el 2019 y el 2021, como el pueblo mande”. El referendo del 16 de febrero pasado hizo realidad el sueño del guajiro, y refrendó así el modelo castrista de la revolución permanente. El “indígena” Evo Morales –pseudo Aymara que sólo habla castellano-, presidente de Bolivia, se adelantó a sus congéneres y desde el año pasado logró la reforma de su Constitución nacional, y además de ampliar los derechos de los pueblos originarios, aprovechó para abrir la puerta de su propia reelección. También el folclórico presidente ecuatoriano Rafael Correa someterá a referendo el próximo día 28 la tercera constitución en doce años de su país, misma que también deja una rendija para una futura reforma que le permita la reelección indefinida.
Y el caso reciente y más patético: el camaleónico ricachón Manuel Zelaya, presidente legal de Honduras aunque hoy expulsado del cargo y refugiado bajo la bandera brasileña, se había alineado a esta gran tendencia de la izquierda autoritaria latinoamericana. Compró las banderas populistas, pero también la categoría de líder “imprescindible” que defiende las mejores causas del pueblo oprimido. Tras el golpe de estado de la oligarquía de la que renegó, el personaje quiere vender su imagen como paladín de la democracia y el estado de derecho. Pero es inocultable que Zelaya fue expulsado por la fuerza debido a los temores de los poderosos de su país de tener que lidiar con un chavista en ciernes que, como todos los paladines iluminados, ven en la propia permanencia la única vía para garantizar la permanencia de la revolución y la salida del pueblo de sus miserias. Puras papas, diría mi madre.

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