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martes, 1 de junio de 2010

Restos mortales en el Bicentenario

Restos mortales en el Bicentenario



Publicado en de Guanajuato.
Se ha desatado una polémica hueca sobre el reciente traslado de los restos mortales de los próceres de la independencia nacional. Y me parece hueca porque no hay asunto de fondo qué discutir: unos dudan de la autenticidad de esos restos; otros creen que ha sido una profanación imperdonable; otros más ignoran hasta de quiénes se trata.

Pero nadie propone alguna argumentación sólida en contra de la exhumación: sólo opiniones viscerales y prejuiciadas. Las osamentas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama, José María Morelos, Mariano Matamoros, Mariano Jiménez, Javier Mina, Vicente Guerrero, Leona Vicario, Andrés Quintana Roo, Nicolás Bravo y Guadalupe Victoria, son sólo eso: huesos.

No son íconos ni reliquias sagradas, aunque el tratamiento ceremonial que se les dio el domingo pareció confirmar que el gobierno sí los considera como poderosos y mágicos vestigios del nacionalismo como religión laica, fundado en un pasado que nunca se va.
En lo personal considero que los restos de esos personajes deben ser tratados con respeto, pero sin elevarlos a la categoría de reliquias seculares. El Estado mexicano no debe basar su autoridad moral ni cimentar el nacionalismo y el patriotismo sobre objetos materiales, sino sobre símbolos impersonales e intangibles, es decir en valores cívicos, el amor por la patria y por la matria, y el orgullo de pertenecer a una comunidad vigorosa como la mexicana.
Propondría yo que nos olvidáramos de las osamentas, y que mejor busquemos estimular el estudio serio de la vida, obra e ideas de los personajes que definieron lo que hoy es México, tanto en sus facetas positivas como negativas.

Al fin y al cabo la historia no debe juzgarse con los parámetros del presente, sino con los ejes éticos, políticos y culturales del momento en que vivieron los llamados próceres.
Me parece muy interesante que los restos mortales de los doce personajes sean sometidos a estudios científicos para que conozcamos detalles de sus vidas cotidianas: qué comían, de qué se enfermaban, qué padecían, cuál era su aspecto físico, etcétera. A lo mejor se descubre que los huesos ni siquiera corresponden a los personajes; pero ¡qué importa! Sabemos que en el pasado lejano era conveniente preservar reliquias que acompañaran con su presencia mágica las acciones de los gobiernos que las custodiaron.
Ese fue el objetivo de Porfirio Díaz al llevarse la campana de Dolores Hidalgo –el esquilón de San José- a Palacio Nacional en 1896, un despojo que hoy día sería impensable.
Pero el nacionalismo contemporáneo no debe fundarse en estas referencias materiales. Debe sustentar su pertinencia y vigor en un mundo globalizado en una cultura que cultive los valores y símbolos compartidos.
Ser mexicano no significa adorar héroes de bronce, sino profesar una convicción compartida acerca de lo que deseamos heredar a nuestros hijos como patrimonio tangible e intangible: bienestar, tranquilidad, justicia, orgullo…
Entretanto dejemos que los expertos forenses disecten los huesos venerables, y que en unos meses sus hallazgos alimenten nuestra curiosidad con algunos datos sobre las vidas de los mexicanos de hace doscientos años.
Si nos tienen sorpresas, habrá que tomarlas con sabiduría y recordar que poco importan los restos físicos, si la herencia de los próceres está viva y tangible en nuestro México de hoy.
Porque México somos todos.

[Las fotografías del traslado de los restos de los insurgentes fueron tomadas del sitio oficial del Bicentenario]

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