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martes, 1 de febrero de 2011

El lugar del juego de pelota

El lugar del juego de pelota

Publicado en de Guanajuato.

La monografía histórica del sureño y pequeño municipio de Tarandacuao, publicada por la extinta Comisión Estatal del Bicentenario, es uno de los mejores ejemplos de cómo se debe elaborar un texto de memoria parroquial sin renunciar a los alcances de la “gran Historia” de corte académico. La autoría es mérito del licenciado en historia y egresado de la universidad michoacana nicolaíta, Jaime García Ríos, cronista municipal, quien desplegó 15 años de trabajo para conformar un sólido estudio histórico regional, cuya primera versión le sirvió de base para su tesis de grado.

Llama mucho la atención que un municipio “marginal” dentro del desarrollo económico y social del estado, con apenas 116 kilómetros cuadrados de superficie y 10 mil 252 habitantes según el conteo de 2005, haya sido beneficiado con un ensayo historiográfico de tanta calidad. Espero que esto no haya sonado discriminador hacia el digno municipio sureño: quiero hacer énfasis en que sin importar el peso relativo de la municipalidad, cualquiera de ellas puede ser trabajada con solvencia historiográfica y con imaginación para enfrentar la falta de fuentes. En otras monografías que he comentado antes se ha aducido la escasez de fuentes para justificar la pobreza de los trabajos de memoria colectiva. El cronista de Tarandacuao pone en evidencia que esos argumentos son simples excusas. El investigador municipal espulgó en siete archivos de alcance nacional y provincial, y se documentó en una lista impresionante de textos previos, donde siempre pudo localizar referencias directas o indirectas a su municipalidad. Además agregó una cantidad importante de entrevistas que realizó a personajes que vivenciaron momentos importantes de la localidad en los últimos cien años. Gracias a esa amplia batería de fuentes secundarias y primarias, Jaime García teje un entramado histórico y social de gran riqueza prácticamente desde el arranque de la memoria documentada nacional, es decir desde la misma conquista europea en el siglo XVI. Tarandacuao está presente desde el origen, y no porque fuese un asentamiento numéricamente importante, sino porque el historiador acucioso aplicó cantidades industriales de imaginación, sudor y amor por el terruño. Un Sherlock Holmes de la microhistoria, armado de gorro, lupa y pipa.

El abordaje histórico que ejercita García Ríos es denso y consistente desde el capítulo dos (“El pasado más lejano”) hasta el seis (“Siglo XX La moderna configuración”). Tal vez los últimos capítulos se ven crecientemente enriquecidos al incrementarse las fuentes accesibles. Dado mi gusto personal por la historia contemporánea, disfruté mucho las descripciones de la Revolución en la región, la lucha agraria -tan trascendente para un municipio campesino y culturalmente michoacano-, la migración temprana de sus hombres de campo, y los procesos sociales recientes. Las tradiciones y la cultura no podían quedar fuera, y el autor les dedica generosos espacios, agradecibles sin duda.

Culmina el autor con un capítulo de conclusiones, inexistente en las otras monografías previas. En sus conclusiones intenta sistematizar sus hallazgos, y apuntar las ausencias y los pendientes. Asume este esfuerzo como un paso importante, pero no el último, para construir la historia matria de Tarandacuao.
Y por no dejar, va la nota crítica: falta mejorar el sistema de referenciación de las fuentes bibliográficas (no se emplea algún sistema validado por la academia), y hay que atender la modernización de algunas reglas de la ortografía castellana, al menos las que se validaron en 1992.


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