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martes, 3 de mayo de 2011

Educación y lectura

Educación y lectura

Publicado en la revista mensual Opinión y Desarrollo.

No cabe duda que el reto principal que enfrentó nuestro país en los cien años que van desde 1910 hasta 2010 fue el de llevar la educación y la lectura a las posibilidades reales de la mayoría de los mexicanos. En aquel año inicial, el 72.3% de los mexicanos mayores de seis años –el criterio de edad que prevalecía entonces- no sabía leer ni escribir. Esta capacidad estaba reservada para los citadinos, predominantemente hombres y de clase media o alta. Tres cuartas partes de los mexicanos, casi todos habitantes del medio rural y con prevalencia femenina, estaban excluidos de la lectura. 9 mil 541 escuelas primarias atendían a sólo 657 mil 843 educandos, cuando existía una población total de 15 millones 160 mil personas. ¿Pará qué educar a los trabajadores, si sólo deben conocer lo básico de su oficio? ¿Para qué educar a las mujeres -54% de los analfabetas- si terminarán casándose y haciéndose cargo de los menesteres de su género?
El salto cuantitativo en este siglo ha sido espectacular: según el censo de 2010 sólo el 6.9% de la población de más de 15 años no tiene la habilidad de la lectoescritura. No es un logro menor si consideramos que los números absolutos son realmente espectaculares: de 2 millones 992 mil instruidos en 1910, se llegó a más de 72 millones 205 mil cien años después. Una población letrada 24 veces superior.
Ahora bien, en los últimos 20 años la tasa de analfabetismo se redujo casi a la mitad, pero hemos llegado a la fase de los “rendimientos marginales decrecientes”, que implica que cada vez costará más trabajo y más recursos alfabetizar a los rezagados, mayoritariamente ancianos y habitantes de regiones apartadas o marginales. Un día me dijo un funcionario del INEA que ese resabio de ignorancia sólo lo acabará el tiempo, “cuando se mueran los analfabetas”. Cruel, pero parece ser cierto.
El censo de 2010 arrojó un promedio nacional de escolaridad de 9.1 grados, 1.3 grados más que diez años antes. Somos ya una población que inicia su preparatoria. Eso debería implicar que los mexicanos no sólo sabemos leer y escribir, sino que además dominamos el pensamiento abstracto: las matemáticas básicas, la lógica formal, las artes de la geometría, el álgebra y la trigonometría. También deberíamos conocer lo elemental de las tradiciones humanísticas y de las artes. Es decir que según lo que implica la estadística deberíamos poseer la capacidad para comprender y solucionar problemas cotidianos de cierto grado de complejidad haciendo uso consuetudinario de las herramientas que nos proveyó la educación formal. Pero muchos recursos de evaluación con los que contamos hoy día[1] nos dicen que no es así: que el mexicano mayoritario todavía no hace uso cotidiano de conocimientos equivalentes al primer grado de la preparatoria. Bueno, ni siquiera de la habilidad elemental para leer, y mucho menos para escribir de manera aceptable. Lo constatamos de manera lastimosa en los frecuentes gazapos de lectura que comete la lideresa del sindicato magisterial cada vez que tiene que leer discursos que evidentemente no ha escrito, prueba evidente de que nuestra educación básica está en las peores manos posibles.
Mejor echémosle un ojo a la información objetiva. La prueba PISA, por ejemplo, que “no mide qué tanto pueden reproducir lo que han aprendido, sino que indaga lo que se denomina competencia (literacy); es decir, la capacidad de extrapolar lo que se ha aprendido a lo largo de la vida y su aplicación en situaciones del mundo real, así como la capacidad de analizar, razonar y comunicar con eficacia al plantear, interpretar y resolver problemas en una amplia variedad de situaciones.”[2] Se aplicó en 2009 a muestras representativas de estudiantes de entre 15 y 16 años en 65 países. Ese año la prueba hizo especial énfasis en la competencia de la Lectura. En México se aplicaron los 190 reactivos del cuestionario a 38 mil 250 estudiantes de mil 535 escuelas. 52% de los estudiantes fueron mujeres y 48% hombres. 72.6% estudiaban el bachillerato y el resto la secundaria. El 72% de ellos cursaba el primer grado de la preparatoria, que como vimos es el promedio educativo de nuestro país. 89.3% de esos estudiantes acudían a escuelas públicas y el resto a privadas. 87% se encontraban en el medio urbano. Entre las conclusiones de esa evaluación comparada podemos destacar las siguientes:
  • México concentra entre 40% y 50% de los estudiantes en los niveles bajos (40.1% en Lectura, 47.4% en Ciencias y 50.8% en Matemáticas), lo que significa que no están preparados para realizar las actividades que exige la vida en la sociedad del conocimiento. México se ubica en una situación inferior a la que presenta Chile; mejor a la de Brasil, Argentina y el promedio de países de América Latina (Promedio AL); y similar a la que presenta Uruguay.
  • Son reducidas las proporciones de jóvenes mexicanos que alcanzan los niveles altos: 5.7% en Lectura, 3.3% en Ciencias y 5.4% en Matemáticas. En este aspecto, y en particular en Lectura y Ciencias, las cifras de México son inferiores no sólo a las de Chile, sino también a las de Uruguay, Brasil y Argentina.
  • Las proporciones de jóvenes mexicanos ubicados en los niveles más bajos de Lectura varían de manera importante entre las entidades federativas: de 20.2% para el Distrito Federal hasta 66.1% para Chiapas. El Distrito Federal, la entidad con mejores resultados, logra porcentajes similares a los de España, con una relación 20-80 (Bajo desempeño-Alto desempeño). Aguascalientes, Chihuahua y Nuevo León tienen una relación 30-70, similar a la de Chile y mejor que la de Uruguay, cuya relación es 40-60. Oaxaca y San Luis Potosí presentan una distribución similar a la de Argentina, Brasil e Indonesia, donde la relación es 50-50. Chiapas y Guerrero, que son las entidades con los resultados más bajos del país, tienen una relación 65-35 semejante a la de Perú y Panamá, y mejor que la de Azerbaiyán y Kirguistán.
  • En México, la puntuación en Lectura se mantuvo casi igual entre 2000 y 2009 (422 y 425 puntos). El informe interpreta que este resultado es positivo, si se tiene en cuenta que durante esos nueve años la tasa de cobertura de la población de 15 años se incrementó 14%. Otros países que mantuvieron las puntuaciones promedio en 2009 respecto de 2000 fueron Estados Unidos, la Federación Rusa e Italia. Estos países tienen una cobertura casi de 100%. Perú es la nación que más avanzó en Lectura entre 2000 y 2009: aumentó 43 puntos. Le siguen Chile, Indonesia y Polonia, con 39, 31 y 21 puntos, respectivamente.
Ante el aparente estancamiento o avance minúsculo en las competencias de la lectura en México, el informe PISA 2009 llega a la conclusión de que:
México necesita formar lectores capaces de procesar y darle sentido a lo que leen; capaces de comprender las relaciones explícitas e implícitas entre diferentes partes de un texto, de llegar a inferencias y deducciones, e incluso de identificar suposiciones o implicaciones. Necesita lectores que puedan relacionar el contenido de los textos que leen con su propia experiencia y sus conocimientos previos, para establecer juicios sobre su contenido y calidad. Lograr que nuestra sociedad forme lectores competentes implica, sin duda, seguir trabajando para que todos los niños y jóvenes tengan fácil acceso a una variedad de libros y materiales de lectura. Pero también implica reforzar las prácticas de enseñanza en las aulas para que, usando esos materiales, sea posible desarrollar competencias lectoras de mayor complejidad.
Los resultados de la prueba PISA son alarmantes, pero objetivos. En cambio, los números que se manejan en el ámbito oficial suelen ser engañosos. Por ejemplo, los censales. Los 72 millones de mexicanos que en 2010 declararon saber leer y escribir practican realmente poco esa habilidad. Las cifras de circulación de periódicos en el país siempre ponen en evidencia la escasa cultura de la lectura en México: nuestro periódico de mayor circulación, El Universal, tira la tercera parte de ejemplares que El País en España.[3] Hace poco el secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, declaró que “según la Encuesta Nacional de Lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en promedio los mexicanos leemos 2.9 libros al año, los españoles 7.7 y los alemanes leen 12 al año.”[4] En lo personal dudo mucho que el mexicano promedio lea tanto: casi tres libros al año sería magnífico, un libro cada tres meses, ¡sensacional! Pero lo dudo mucho. Creo que los encuestados en el 2006 por el Conaculta[5] les mintieron a los encuestadores.
Por lo contrario, opino lo mismo que ha sostenido el siempre agudo Guillermo Sheridan: “Las estadísticas avasallan. Demuestran con alevosía y ventaja, sin mostrar forma alguna de clemencia ni resquicio para el anhelado error metodológico, que al mexicano (el 99.99 por ciento) no le gusta leer. Es más, no sólo no le gusta leer, no le gustan los libros ni siquiera en calidad de cosa, ni para no leerlos ni para nada, vamos, ni para prótesis de la cama que se rompió una pata.”[6] Los que nos dedicamos profesionalmente a la enseñanza –en mi caso a la de nivel superior- padecemos cotidianamente el disgusto por la lectura que emanan nuestros estudiantes, incluso de posgrado: siempre te piden que les armes antologías con las fracciones de lectura a realizar durante el curso, una manera criminal de cercenar y simplificar el pensamiento de los autores a trabajar. Cuando leen, no comprenden, y mucho menos son capaces de hacer una reseña de lectura; prefieren copiarse mutuamente o fusilarse algún texto del internet. Sus capacidades para la redacción, la ortografía y la sintaxis son realmente limitadas. Y es una tortura intentar explicarles cómo se elabora un ensayo académico. Por supuesto, siempre hay excepciones; pero son sólo eso: excepciones.
Grabiel Zaid sintetizó los resultados más llamativos de la encuesta del Conaculta:
[…] dos de cada tres entrevistados declaran leer lo mismo o menos que antes, a fines del 2005. Sólo el 30% declaró leer más. El 13% dice que jamás ha leído un libro. Y cuando se pregunta a los que no están en ese caso cuál fue el último libro que leyó, la mitad dice que no recuerda. El 40% dice que ahora lee menos. También un 40% dice que nunca ha estado en una librería. Dos años antes, en la Encuesta nacional de prácticas y consumo culturales, también de Conaculta, el 37% dijo que nunca había estado en una librería.
Al 40% que dijo leer menos se le preguntó a qué edad leía más. El 83% (del 40%) dijo que de los 6 a los 22 años, o sea la edad escolar. Si de los entrevistados se escoge a los que tienen de 23 a 45 años (o sea los beneficiarios del gran impulso educativo), los números empeoran. El 45% (en vez del 40%) declara leer menos, de los cuales casi todos (90% en vez de 83%) dicen que leían más cuando tenían de 6 a 22 años. Queda claro que leían libros de texto, y que no aprendieron a leer por gusto.
Los entrevistados que no leen dan varias explicaciones, la primera de las cuales (69%) es que no tienen tiempo. Pero el conjunto de los entrevistados considera que la gente no lee, en primer lugar, por falta de interés o flojera. Sólo el 9% dice que por falta de tiempo. […]
Un aspecto interesante de la encuesta es que muestra claramente que el interés (o desinterés) de los padres en la lectura se reproduce en los hijos. Habría que medir esto, no sólo en los hogares, sino en las escuelas y universidades. Una encuesta centrada en el mundo escolar, seguramente mostraría que los maestros no leen, y que su falta de interés se reproduce en los alumnos, por lo cual multiplicar el gasto en escuelas y universidades sirvió para multiplicar a los graduados que no leen.[7]
La lectura o su ausencia tienen también implicaciones políticas. Yo vivo en una entidad muy conservadora: Guanajuato. Y el conservadurismo también se evidencia en el permanente miedo al libro y a la lectura. En las familias del Bajío no se fomenta el hábito de leer, pues en no pocas de ellas se considera peligroso acercarse a materiales escritos que podrían desorientar a las mentalidades más jóvenes. Los libros se relacionan sólo con dos espacios: la iglesia y la escuela. En casa el libro es sólo parte de la ornamentación de la sala, y se le escoge por su tamaño y color. Ahora bien, en el primer espacio mencionado las familias guanajuatenses son cuidadosas de sólo adquirir los textos recomendados por el párroco en librerías autorizadas, y repeler las influencias de los evangelizadores protestantes, que tienen  fama de lectores ávidos pero anárquicos. En el segundo espacio, el escolar, los libros de texto oficiales son censurados por los pater familias, o bien “complementados” con textos alternos que son más acordes con la ideología familiar. Esto último sobre todo en los colegios particulares, que abiertamente imparten educación “moral” –religiosa- a los educandos.
No es de sorprender que eventualmente se desplieguen manifestaciones públicas de rechazo a los libros oficiales en Guanajuato, como ocurrió en agosto de 2006 con el libro “Competencias Científicas I”, de editorial Norma, que fue cuestionado por “organizaciones civiles” y por el propio gobierno del estado por su contenido “explícito” en educación sexual.[8] Después, en octubre de 2009, resurgió la intolerancia bajo la forma una asociación de padres de familia denominada “Suma tu voz”. El líder Alberto Guerra afirmó: “Expresamos nuestro apoyo a la educación sexual basada en valores y nos manifestamos en contra de imposiciones ideológicas y sin perspectiva de familia”. Y siguió: “rechazamos las imposiciones ideológicas en educación sexual tanto en primaria como en secundaria a través de los libros de Ciencias I, Biología y Cívica y Ética para segundo y tercer grado de secundaria”. Acto seguido procedieron a la quema pública de libros en la plaza principal de León.[9] Yo escribí entonces:
Dijo el filósofo alemán Heinrich Heine: ‘donde se queman libros, se termina quemando personas’. Eso fue en 1820. Un siglo más tarde Alemania, la nación más civilizada de Europa, cayó en una profunda depresión moral y económica luego de la ‘Gran Guerra’ de 1914-1918, que perdió y por lo que se le obligó a pagar onerosos cargos a sus vencedores. Los alemanes cedieron a la tentación del pensamiento autoritario y en 1933 apoyaron el ascenso del partido Nazi y de su líder, el lunático Adolfo Hitler. Este personaje retomó la tradición que había inaugurado la Santa Inquisición siglos antes y arremetió contra los símbolos objetivados de la cultura y la sabiduría humanas: los libros. El 10 de mayo de ese año, los camisas pardas tomaron por asalto las bibliotecas alemanas y quemaron decenas de miles de libros de filósofos, poetas, pensadores, y literatos, a quienes se consideró peligrosos para el régimen excluyente.
Leo en el sitio electrónico de la Deutsche Belle que ese fue el detonante para la persecución y la expulsión de científicos e intelectuales de Alemania. Según el historiador Michael Grüttner, de esta manera comenzó su decadencia como nación privilegiada por la ciencia, pues en pocos años emigraron 24 premios Nobel de Alemania y Austria hacia los Estados Unidos.
Cuando una sociedad acepta e incluso promueve la quema de libros, está avanzando rápidamente hacia la intolerancia y el autoritarismo, así como al atraso moral. La exclusión de otras formas de pensar es una de las manifestaciones más patentes del pensamiento unívoco, ese que no acepta más forma de ver las cosas que la suya propia, y por lo mismo busca imponerla al resto de la sociedad.[10]
La lectura y la escritura como hábitos de vida son los caminos para la educación y la cultura, pero también son garantes de una mentalidad abierta, tolerante y flexible. Sin un afianzamiento de las habilidades de abstracción, nuestro pueblo seguirá amarrado a la ignorancia y a la pobreza. Seguiremos exportando brazos al extranjero, no mentes ni competencias, como lo hace Corea, la India y crecientemente China. El país atraviesa por una crisis de valores elementales de convivencia, y eso explica en parte la violencia brutal que se ha desatado. Y es que el crimen es producto de la mezcla fatal del hambre con la ignorancia: un retorno hacia nuestra animalidad.


[1]              Como las encuestas y evaluaciones que aplica el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (http://www.inee.edu.mx/). La más útil para entender nuestra situación relativa es la prueba PISA (por sus siglas en inglés), “Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes”.
[2]              Informe “México en PISA 2009”. México: Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación. 2010. Pp. 13-14. Es consultable en la página electrónica del INEE.
[3]              José Pérez-Espino, “La prensa en México: la transparencia no llega”, 10 de diciembre de 2004. http://www.almargen.com.mx/
[4]              Noticieros Televisa. 26 de agosto de 2010. http://www2.esmas.com/noticierostelevisa/mexico/nacional/199011/mexicanos-leen-2.9-libros-al-ano
[5]              Se puede consultar la Encuesta Nacional de Lectura 2006 en: http://www.oei.es/pdfs/encuesta_nacional_lectura_mexico.pdf
[6]              Sheridan, Guillermo. “La lectura en México/1”, en Letras Libres No. 100, abril de 2007.
[7]              Zaid, Gabriel, “La lectura como fracaso del sistema educativo”, en Letras Libres No. 95, noviembre de 2006.
[8]              Nota de Martín Fuentes “Maestros no pidieron el libro Competencias Científicas I”, en periódico Correo, 8 de agosto de 2006.
[9]              Nota de Gisela Chavolla, “Queman libros de Biología”, periódico Correo,  5 de octubre de 2009.
[10]             Luis Miguel Rionda, columna “Diario de campo”, periódico Correo, 6 de octubre de 2009.

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