Etiquetas

miércoles, 16 de julio de 2003

¿Elecciones con mensaje?

La culminación de cualquier proceso electoral obliga siempre a los balances y a la reflexión acerca del mensaje que los ciudadanos han enviado a través de la emisión de su voto. Este ejercicio recurrente de la democracia brinda excelentes oportunidades a los analistas para ensayar explicaciones, interpretaciones y en ocasiones pontificar sobre los contenidos simbólicos que ellos alcanzan a detectar en la reconfiguración de las cifras que lograron los partidos y sus candidatos. Es cierto que con mucha frecuencia se extraen conclusiones aceleradas e incluso interesadas, que más se asemejan a la cartomancia y a lectura del Tarot que a un ejercicio serio de interpretación politológica; pero sin duda esto también es inevitable y forma parte de las realidades de la política práctica.
Los diferentes momentos electorales nacionales y estatales ha recibido lecturas diferentes según el clima político imperante en el momento. Por ejemplo, cuando en 1994 se habló del así llamado “voto del miedo”, la referencia clara era hacia el alzamiento zapatista y los asesinatos intestinos dentro de la élite política hegemónica. El ciudadano común reaccionó ante estos asomos de violencia con el uso masivo del poder del voto. Los mexicanos pacíficos inundaron las urnas y rompieron el récord de la participación con un histórico 76% de votantes que con su actitud participativa enviaron un claro mensaje de rechazo a la revuelta armada y al asesinato como recurso político. Nunca como entonces se puso en evidencia la utilidad que plantea la democracia como recurso efectivo ante la irracionalidad de la violencia y los gérmenes de la guerra civil, que asomaron la nariz y nos llenaron de aprensión. Por eso yo concuerdo con la conclusión de que el “voto del miedo” sirvió para insuflarle nueva legitimidad a un régimen que ya evidenciaba agotamiento.
En el 2000 experimentamos un nuevo fenómeno, ahora el del “voto del cambio”, que posibilitó la alternancia en la presidencia de la República y la renovación de los aires ya viciados de la política nacional. Pero la avalancha de votos a favor del cambio, que sumaron casi dos tercios de los sufragios emitidos, esto sumando las cantidades recibidas por todos los candidatos distintos al del PRI, trasmitió el claro mensaje de que la mayoría de los mexicanos apoyaban alternativas diferentes a la del oficialismo tricolor. Luego, de los votos opositores, Vicente Fox encabezó la más grande de las minorías, lo que le permitió hacerse del triunfo con sólo un 42% de los votos, suficientes dentro de un sistema de mayoría relativa.
También entonces la participación ciudadana fue destacada. Un 64% de los electores expresaron su opinión mediante el voto. También es claro que la posibilidad de concretar el cambio nos movió a muchos a acudir a urnas.
¿Cuál es el mensaje que los nuevos resultados electorales trasmiten? Podemos ensayar muchas interpretaciones, pero yo sólo quiero expresar la mía propia, que se sustenta en una apreciación personal de la evolución de los escenarios nacionales de la política. Creo yo que en esta ocasión los votantes enriquecieron sus posibilidades de apoyo a alternativas partidarias muy variadas. Las mayorías no se dejaron seducir por el sonsonete que se prodigó desde el nuevo partido oficial, para supuestamente “quitarle el freno al cambio”, y más bien se optó por agregarle contrapesos al ejecutivo federal, sin darle la mayoría absoluta a nadie, y obligar así a los actores de la política a realmente ejercerla y ponerse a trabajar en la construcción de consensos. El desempeño del gobierno federal sigue causando desasosiegos ante la carencia de líneas claras en la emisión de políticas públicas. Las reformas urgentes en ámbitos de tan enorme trascendencia como el fiscal, del sector eléctrico, del sistema de seguridad social, la reforma del Estado, etcétera, siguen esperando en el limbo de la incapacidad política. Y la nueva conformación de la cámara de diputados federal no facilitará las cosas.
Pero cuidado, con el nuevo mapa político que surgió como resultado de la elección del 6 de julio pasado el votante no está comunicando un deseo aparente de que nunca se llegue a acuerdos y de que el presidente Fox se vea maniatado en su búsqueda de concretar reformas. Más bien se debe interpretar como un llamado de atención para todos los actores de la política. En cierto sentido, la nueva situación representa el fin del llamado “cheque en blanco” que la nueva élite gobernante quiso encontrar en los resultados del 2000, pero también es un jalón de orejas para el resto de los partidos; por ejemplo el PRI, incluso con su alianza con el partido verde, logró 9.33 millones de votos, cuando en el 2000 había obtenido 13.7 millones. El PRD recibió 4.5 millones, cuando en la elección anterior había logrado 7 millones –aunque con la suma de los otros cuatro partidos de la Alianza por México. La Alianza por el Cambio había recibido 14.2 millones, y el PAN ahora cosechó 7.8 millones. Es decir, que en este proceso todos perdieron votos, no hubo espaldarazo para nadie, ni tampoco fue clara la existencia del voto de castigo. Más bien encontramos la confirmación de que México no es patrimonio de ningún partido ni de ningún personaje, y que la pluralidad junto con la tolerancia deben comenzar a aceptarse como los vehículos privilegiados para la construcción de acuerdos y la garantía de la gobernabilidad. De esta forma, terminaremos con las soberbias, los mesianismos y los autoritarismos, que tanto daño nos han hecho y que continúan amenazándonos desde las profundidades de los partidos y los gobiernos.

No hay comentarios.: