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viernes, 17 de octubre de 2003

Reajustes de medio camino

Para mi padre, Isauro: que te recobres pronto

Las remociones, nombramientos y reacomodos en el gabinete estatal que dio a conocer el gobernador el martes pasado confirman las suposiciones que hemos aventurado algunos analistas en los medios, en el sentido de que el titular del ejecutivo está decidido a imprimirle a la segunda parte de su periodo un sello más personal, con menos vínculos aparentes con el proyecto de la élite partidaria que le facilitó el acceso al poder. Es cierto que no se presentó el reforzamiento (que algunos presumimos) del “grupo universidad”; incluso se evidencia que algunos de sus miembros perdieron espacios o descendieron en el escalafón formal (o incluso fueron despedidos). Pero sí parece claro que el gobernador ha negociado con su partido desde una posición más ventajosa, disponiendo posiciones para miembros destacados del mismo, como los exalcaldes de Irapuato y Salamanca, pero ubicándolos en esferas más bien técnicas que políticas.
Juan Carlos Romero no parece dispuesto a dejarse regatear nuevamente sus capacidades de negociación política y de ejercicio efectivo del poder. Sus nuevos colaboradores, así como los reciclados, no parecen manejar una agenda política personal clara, y esto puede beneficiar la conducción decidida de un proyecto específico que le de identidad a esta administración. En buena medida esta había sido una de las carencias que se señalaron con insistencia en los tres años anteriores, en los que percibimos cierta esquizofrenia (personalidad escindida) en la conducción de los asuntos estatales. Muchos nos preguntábamos, desconcertados: ¿cuáles son los rasgos políticos distintivos del romerismo, que lo identifiquen frente al foxismo y el medinismo? Creo yo que no hubo una respuesta clara hasta que se desataron estos movimientos recientes.
Los ajustes en el gabinete no son una cosa menor. Hablan de la apuesta que correrá durante los siguientes tres años. Estos arreglos seguramente responden a una percepción personal del gobernador sobre desempeños personales, la recomposición de grupos de trabajo, las inevitables concesiones partidistas y otras necesidades de observancia política. Todavía me asombro al recordar el hecho de que el gobernador Fox no hubiera hecho ajustes en su “gabinetazo” durante los cuatro años de su gestión (cinco, si recordamos que su sucesor Ramón Martín tampoco hizo ajustes mayores). Y en buena medida el hoy presidente Fox parecía repetir su resistencia a los cambios, hasta recientemente. Ese aferramiento a las cuadrillas originales parece más una necedad que una sabia disposición a la evaluación permanente del desempeño y efectividad de los acólitos.
Algunos de los nombramientos estatales parecen acertados y prometedores, pero otros son discutibles y hasta desconcertantes. Como al resto de sus colegas, habrá que concederles a todos el beneficio de la duda. En no más de seis meses sabremos si el gobernador cuenta con un equipo no sólo renovado, sino eficaz y trascendente.
Otros cambios esperados (y que yo pensaría muy necesarios) en áreas como la educativa y de gobierno esperarán mejores momentos, si es que se dan. No creo que el gobernador considere cerrado el proceso de reajustes, que necesariamente debe mantenerse como una más de las herramientas de gobierno. Dijo él a los periodistas que se dijeron sorprendidos por la cantidad de movimientos que esa sorpresa se debía a que “no lo conocen”. Sin duda tiene razón: no lo conocían porque en los siete años de su rectorado tampoco hubo muchos cambios en el nivel ejecutivo, pero ahora sí que lo van conociendo. Ojalá que sus renovados bríos conduzcan a buenos resultados. Nos conviene.
Termino con una variación de tema: el Festival Cervantino ha venido ¡y nadie sabe cómo ha sido! Bienvenida la fiesta del espíritu, pero no de los espíritus etílicos.

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