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viernes, 9 de enero de 2004

Bush, los migrantes y la soberanía

Vemos cómo, nuevamente, la problemática de la migración de trabajadores mexicanos hacia los Estados Unidos vuelve a ocupar un lugar importante en la atención de la opinión pública. La ocasión es ahora propiciada por la propuesta que hizo pública el presidente Bush (el pequeño), para normalizar la situación legal de los casi 10 millones de extranjeros irregulares que viven en ese país. El proyecto no tiene móviles humanitarios ni de justicia laboral; tampoco hay un acento en los derechos humanos o un interés solidario en las necesidades de las comunidades de irregulares. Ni siquiera hay una lógica pragmático-económica que reconozca la enorme importancia que tiene para los Estados Unidos el disponer de una fuerza laboral subvaluada y poco organizada, carente de derechos políticos pero que en contraste genera impuestos y aportes a la seguridad social. Ya lo reconoció abiertamente Alan Greenspan, el gurú de la reserva federal, para quien el aporte económico de los migrantes es de enorme importancia para sostener la viabilidad y competitividad de esa economía.
Vemos hoy a un Bush taimado, más preocupado por ganarse el voto hispano en las próximas elecciones presidenciales de noviembre, que por reconocer la importancia estratégica del aporte de los migrantes a la perpetuación de la riqueza de los Estados Unidos. El discurso de la seguridad nacional ha corroído fuertemente el papel internacional de ese país, y le ha convertido en un foco de paranoia permanente que revive las viejas fobias racistas y xenófobas de los belicosos aislacionistas y puritanos. El terrorismo es la excusa para renovar aquella política del “big stick” de Teddy Roosevelt, que facultaba al Tío Sam a intervenir en países extranjeros ante cualquier asomo de riesgo a sus intereses, hoy ocultos en la política de “seguridad nacional”. Este concepto, por cierto, nunca ha sido definido con precisión, pues interesa que su vaguedad permita cualquier arbitrariedad que se le antoje al imperio, como es el caso del “fichaje” humillante al que son sometidos miles de visitantes pacíficos que arriban a ese país diariamente.
Los migrantes regresan a la arena oportunista de la politiquería republicana. Son usados como el mono de trapo propagandístico que luego será refundido en un renovado olvido de cuatro años, hasta la siguiente elección. No hay un compromiso auténtico. Si lo hubiera, los halcones del Pentágono y los mojigatos (o “conservadores compasivos”) de la Casa Blanca ya habrían impulsado un acuerdo migratorio que le otorgara garantías y seguridades a los más de 300 mil mexicanos y varios miles más de centroamericanos que atraviesan ilegalmente la frontera sangrienta que hoy separa a nuestros países. Ni los 30 años del muro de Berlín produjeron tantos muertos como los 3 mil decesos que se han acumulado en la frontera desde que en 1995 se desató la atroz operación Guardián en el área fronteriza californiana. En cambio no se reconoce que si los paisanos fueron capaces de enviar, el año pasado, 13 mil millones de dólares a nuestro país, habría que imaginarse la enormidad de riqueza y plusvalía que generan para aquella nación.
Creo yo que la injusticia, la ignorancia y el oportunismo vuelven a campear en el tema de la migración indocumentada a los Estados Unidos. La iniciativa Bush no incluye una amnistía, sino más bien un registro de los indocumentados, con la promesa de otorgarles permisos temporales de trabajo. Esto hace sospechar que es un recurso para facilitar deportaciones masivas futuras, ahora justificándolas como recurso de defensa ante el terrorismo. Es una auténtica trampa para ratones.
Pero lo que más lastima es la actitud servil del ejecutivo mexicano. La iniciativa no es producto de ninguna negociación de gobierno a gobierno, ni recoge ninguna propuesta de organizaciones civiles vinculadas con los migrantes. Es una oferta unilateral que no está sujeta a debate externo, sino que está pensada para satisfacer al mercado político interno de aquel país.
Para terminar, una referencia al debate sobre la presencia de agentes gringos en el Aeropuerto de la ciudad de México, y al peculiar concepto de “soberanía” que tiene el subsecretario de población, quien la definió como la “capacidad de tomar decisiones”. ¡Válgame el señor! Bodino y Hobbes se deben revolver en sus tumbas, pues para ellos la soberanía es aquel poder que no reconoce la supremacía de ningún otro. Y en este caso nuestro gobierno no tuvo esa capacidad.

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