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viernes, 8 de abril de 2005

De desafueros y mezquindades

Confieso que me da mucha flojera contribuir al desgastado debate sobre el inminente desafuero escribo un día antes de la sesión de la Cámara de Diputados de Andrés Manuel López Obrador. Pero parece ser que hoy día no se puede hablar de otra cosa en la política nacional, inclusive en la semana en que murió el Papa. Aclaro que el personaje tabasqueño me produce bastante desconfianza, pues me irrita escuchar a diario los desatinos populistas en sus conferencias de prensa. Me suena más a un activista trasnochado de los setenta que a un potencial jefe de estado. No es de mis afectos, pues considero que la izquierda mexicana merece líderes serios que tengan ideas viables y consecuentes, no solamente sentencias absolutas, simplistas y admonitorias, como las que nos receta sin piedad el gobernante defeño.
Sin embargo también me siento irritado por el oportunismo de los adversarios de López Obrador, particularmente los que actúan desde el ejecutivo federal y los dos principales partidos políticos nacionales. Es sorprendente con qué caradura pueden afirmar que en este caso sólo se aplica la ley, y que pretendan con ello desconocer que existe un plan evidentísimo para cortarle el paso al precandidato puntero en las encuestas y uno de los gobernantes más populares del país. Se le va a despojar de su fuero constitucional sin importar que el indiciado ni siquiera haya emitido un solo documento incriminador, o que exista un solo testimonio de que él haya ordenado la desobediencia al laudo judicial, y no sus subalternos.
Creo fue Benito Juárez quien dijo: “a los amigos ley y gracia, a los contrarios la ley”. Esto es lo que está sucediendo con López Obrador. Nunca habíamos visto a un gobierno y a una procuraduría tan afanados en cumplir a rajatabla con una orden judicial. Cuántos miles de ciudadanos quisieran haber recibido justicia con tal afán y con tanta determinación, en ese 90% de casos denunciados que se quedan sin resolver en los ministerios públicos. La ley en México se sigue aplicando de forma parcial e interesada, y se sigue contaminando al aparato judicial con los intereses políticos del ejecutivo en turno, no sólo el federal, sino también los locales. Ejemplos tenemos muchos tanto en México como en Guanajuato. Y a confesión de parte relevo de pruebas: el presidente Fox ha manifestado que la decisión más difícil de su administración ha sido el asunto del desafuero; es decir su venia personal a que la procuraduría procediera contra el jefe de gobierno. Y recordemos las consignas ventiladas en el cónclave de Mellado.
Si la justicia fuera de a de veras pareja con todos, ¿por qué no se aplicó el desafuero a los legisladores responsables del Pemexgate? ¿Por qué no hubo consecuencias luego que se demostró el exceso de gasto de campaña de Santiago Creel? ¿Por qué no se consignó a Luis Echeverría? ¿Por qué no se castigó al traficante de influencias que laboraba en la secretaría de Salud? La impunidad prevalece en asuntos bastante más graves que el haber desobedecido a la autoridad judicial en un asunto particular de accesos y terrenos.
Es claro que se está negociando ya el acceso a la presidencia de la república en el 2006. Sería ingenuo negarlo. Nada en política es gratuito o casual. Y la justicia se está empleando como instrumento que realizará el trabajo sucio de la política partidista. Esto representa no un avance, sino una regresión en la convivencia democrática nacional. Si los insidiosos tienen éxito quedarán heridas que tardarán mucho en sanar entre la comunidad política nacional, y marcará una pauta para futuros descontones políticos aprovechando cualquier traspié que tenga el contrario. Así nunca podremos llegar a construir los acuerdos básicos que le urgen a este país, que se ha empachado con la democracia y hoy padece una incapacidad para avanzar dentro de las vías del progreso compartido.
Ojalá que este jueves los diputados se desafanen de la disciplina partidista mal entendida, y que voten realmente en función de su conciencia personal y su compromiso con la democracia efectiva, y no la negociada entre las élites. Déjenos decidir nuestro futuro con nuestros votos, no con sus ardides palaciegos.

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