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viernes, 30 de diciembre de 2005

De enmiendas y reflexiones

Algunas reacciones al diario de campo de la semana pasada me convocan a continuar en esa línea de reflexión, aunque ahora concentrándome sobre este año que termina. La principal de esas reacciones fue la de mi señor padre, don Isauro, quien me llamó la atención haciendo uso de su estilo enfático y vehemente tan característico –ustedes que lo conocen sabrán a qué me refiero sobre el hecho de que él no participó en mi educación religiosa infantil, sino que de tal formación fue responsable total mi señora madre y su familia, los Ramírez de Yuriria. Me convoca también a reconocer que él me implantó los valores racionales y humanistas de los que hoy me ufano, y me pide publicar esta enmienda, a lo que gustoso accedo. En efecto, el maestro Rionda fue un padre riguroso con la ética familiar, y nos emplazó a sus cinco hijos a mantenernos en la senda del bien, ya fuese con o sin el apoyo de valores religiosos, que al fin y al cabo pueden ser vistos como simples muletas o recursos de intermediación que no deben sustituir la honesta moral personal. Nos enseñó que el buen comportamiento debe regirse por convicciones basadas en la razón y el sentido común, en el compromiso con los valores sociales convencionales, y no en su imposición mediante el miedo, que finalmente es a esto a lo que acuden las diferentes religiones para imponer lo que se juzga como correcto.
Por otra parte, también atiendo a los comentarios que recibí de parte de algunos amigos, pues alguno de ellos me recordó que los valores que hoy identificamos como “cristianos” no lo son propiamente, sino que son herencia común de toda la tradición judeo-cristiana-occidental. Incluso alguno de estos valores, la piedad, no es frecuente encontrarla en los evangelios, donde por lo contrario menudean las maldiciones terribles a los no creyentes, las repetidas amenazas con el infierno, las promesas de venganza e incluso el odio a conjuntos étnicos completos, como a los fariseos. Y todo ello proferido por la boca de Jesucristo. Esto me hizo recordar una vieja lectura a la que me convocó mi buen amigo Vicente Aboites mi compadre, a pesar de que ambos somos no creyentes , el texto clásico de Bertrand Russell “Por qué no soy cristiano”. Ahí el filósofo hace una crítica contundente hacia las religiones en general, pero concentrándose en las diversas iglesias cristianas. Y no se abstiene de criticar hasta la figura del propio Cristo, a quien le reconoce muchas virtudes, pero que se acompañan de serios inconvenientes. Y rechaza con fuerza aceptar la bondad de doctrinas que se apoyan en el miedo, la amenaza, la ignorancia y el dogma. Luego de una exposición magistral de sus razones para no aceptar el pensamiento cristiano, concluye sin embagues: “Yo no puedo pensar que, ni en virtud ni en sabiduría, Cristo esté tan alto como otros personajes históricos. En estas cosas, pongo por encima de él a Buda y a Sócrates.” Por supuesto él parte de la convicción de la humanidad –y no la divinidad de ese personaje. Y en este asunto mejor ni meterse. Preferible asumirse agnóstico y recolectar lo mejor del mensaje cristiano despojándolo de lo que resulte anacrónico.
Otro comentario tuvo qué ver con el hecho de que los valores de cualquier religión siempre son considerados como “universales” por parte de sus creyentes. Y esas universalidades son lógicamente excluyentes entre sí, pues cada momento histórico, cada pueblo, cada cultura define de manera diferente su concepción de lo bueno y lo malo. Así nos lo hicieron ver los racionalistas del siglo de las luces y los antropólogos del siglo XX. La ética y la moral son redefinidas según su circunstancia concreta. Por ello el pundonor personal debe corresponder al momento y al conjunto; sólo así sabremos si nuestro accionar puede ser considerado honesto y positivo.
En fin, que mi texto de hace una semana desató una pequeña polémica familiar y de amistades. Pero adornó las tertulias postnavideñas y las reuniones sociales de fin de año que tan ocupados nos mantienen en estos ocios vacacionales. Al parecer nunca hay descanso para los que nos encanta debatir, manía que nos inyecta nuestra racionalidad como seres humanos falibles.
Y dejando por la paz el tema semireligioso al que nos convocó la fecha navideña, debo expresar mi beneplácito por la culminación feliz de un año más de nuestras vidas. Felicito a Correo y a sus lectores con motivo del año nuevo y les agradezco su paciencia hacia mis eventuales desvaríos y disparates. Reciban todos un abrazo de parte de este cronista aficionado.

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