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viernes, 24 de noviembre de 2006

Qué con la educación superior

Si estudiamos las cifras frías de la estadística, es fácil darse cuenta de que la formación de capital humano de alta calidad en el estado de Guanajuato no ha sido una prioridad en mucho tiempo. La nuestra se ubica entre las entidades que menos atienden la educación superior en el país. En un estudio encargado por la ANUIES en el año 2002 (Rosalba Ramírez, “Reporte del caso Guanajuato”), se traza un panorama inquietante: Guanajuato ocupó el último lugar a nivel nacional en la tasa de cobertura de educación superior, con un 7.5% del grupo “relevante” de edad (20-24 años) inscrito en dicho nivel en 1998. El promedio nacional fue del 16.8%, más del doble. En cambio, entidades como Tamaulipas, Nuevo León, Nayarit y el Distrito Federal registraron tasas del 25 al 40%. Además, la eficiencia terminal en educación media superior fue del 51.1%, frente a un 58.9% como promedio nacional.
De la escasa matrícula guanajuatense en educación superior, sólo la mitad era atendida por la oferta pública, y de la misma sólo dos quintos acudían a la Universidad de Guanajuato. Ahora bien, según datos del anuario de la ANUIES del 2003, el total de matrícula en el nivel superior en el estado ascendía a 54 mil 224 estudiantes, de los que 8 mil 632 (15.9%) estaban inscritos en la UG. La población en edad de estudiar este nivel, entre los 18 y 24 años de edad sumó 625 mil 588 jóvenes en el censo del 2000. Es decir que apenas el 8.7% de los jóvenes guanajuatenses están recibiendo formación en este nivel. Por supuesto se me puede debatir que no todos los chavos están llamados a tener un grado superior. Estoy de acuerdo con ello, pero no con estos bajos niveles de atención. En los países desarrollados el acceso a ese servicio es efectivo para el doble o el triple del porcentaje mexicano, y del cuádruple del guanajuatense. Es en este sentido que nos encontramos ante una auténtica tragedia por el enorme desperdicio de capital humano que esto representa.
Además, en apariencia parece continuar la ausencia de una política oficial clara de parte del gobierno estatal hacia la educación superior. Hace un mes, el periódico La Jornada publicó una nota con una declaración del presidente de la Comisión Estatal para la Planeación de la Educación Superior (COEPES), Rosalío Muñoz Castro, quien reveló que el Programa Estatal de Educación Superior (PEES) nunca se ha aplicado. También afirmó que existe una desvinculación entre el gobierno estatal, la academia y la iniciativa privada que podría llevar a “'un desastre”' la educación superior, y responsabilizó de este abandono al anterior gobernador. Esto era sumamente preocupante, pues hasta ayer tampoco conocíamos la propuesta concreta –no las promesas de campaña— del gobernador Juan Manuel Oliva, quien sólo había publicitado la oferta de abrir seis “campus” universitarios regionales y una universidad virtual --ésta al parecer inspirada en una institución ecuatoriana de desconocida reputación.
Digo que hasta ayer, pues en la ceremonia de reconocimientos a los últimos logros de la comunidad universitaria –que sinceramente son muchos y en muy poco tiempo- el gobernador Oliva reaccionó muy positivamente al dinamismo evidenciado por la Universidad de Guanajuato. Muchos académicos, incluido yo mismo, compartíamos cierto pesimismo con respecto a la política que seguiría la nueva administración, que no se ha mostrado muy favorable a continuar con las líneas de su predecesor. En los corrillos universitarios se escuchaban voces críticas ante la aparente vacuidad de las propuestas del novel gobernante, particularmente con respecto a los campus que con singular alegría se ofrecieron en la campaña. Dio la impresión de que se repetían experiencias malhadadas como aquélla cómica “Universidad del Conocimiento” que prometió Fox en su campaña de 1995, y que terminó en un simple centro de validación de competencias ocupacionales.
Afortunadamente no será así, en apariencia. El gobernador convocó a la comunidad de la UG a “subirse al carro” de su ambiciosa propuesta, y engarzar el proyecto de expansión de nuestra institución al que impulsará el gobierno estatal. Qué bueno. Aunque pienso que debería ser lo contrario: el gobierno subirse al carro que la UG , que desde su programa de desarrollo 2002-2010 previó la necesidad de expandir la oferta y crecer su matrícula al menos al doble, sin sacrificar calidad. Sus indicadores internos de excelencia refuerzan el necesario liderazgo que esta casa de estudios debería ejercer sobre el programa estatal. Pero al final no importa quién conduzca el carro, si éste permite que al fin nuestra entidad atienda una de las carencias más sentidas de la población: la posibilidad de cultivarse y progresar tanto material como espiritualmente.

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