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martes, 18 de agosto de 2009

Magisterio a prueba


Magisterio a prueba


Por:Luis Miguel Rionda


Publicado el el periódico de Guanajuato.

Es común que los profesores de educación media superior y superior de nuestro país expresemos cuitas y querellas por el estado lamentable con que llegan a nuestras manos los estudiantes de nuevo ingreso. Muchos carecen de elementos esenciales para la lectoescritura, o de conocimientos elementales en matemáticas, ciencias o humanidades. Es muy difícil hacer labor remedial cuando los chicos han llegado a la adolescencia arrastrando no sólo ignorancia, sino también malas mañas y prejuicios que recibieron de sus mentores elementales.

Durante años, lo urgente fue llevar “educación para todos” sin importar demasiado la calidad de tal instrucción. El sistema educativo nacional se expandió espectacularmente entre los años sesenta y ochenta, hasta lograr la cobertura total de la población en edad escolar. No fue un logro menor para un país que apenas en el siglo XX se dio cuenta de que la educación formal no era un lujo de ricos, sino un requerimiento fundamental para iniciar un desarrollo económico y social moderno.
El logro cuantitativo tuvo un costo enorme, pero más significativamente en el ámbito de la calidad. La vocación magisterial se diluyó, y los maestros socialmente comprometidos de los años veinte y treinta, los del magno proyecto vasconcelista y la educación socialista, fueron sustituidos por una nueva clase de mentores comprometidos más bien con el sistema político-partidista y con los intereses materiales e inmediatos de índole personal y gremial. Las uniones magisteriales fueron sustituidas por el monstruoso sindicato nacional, que se montó sobre la ola de la expansión numérica para construir un poder económico inconmensurable. Hoy es el sindicato más grande e influyente de América Latina.
Desde los años ochenta la situación ya no podía ser mantenida. Los índices de calidad estaban por los suelos y el país estaba pagando consecuencias terribles. Los múltiples programas federales que intentaron rescatar la situación -la “Revolución educativa” de De la Madrid, la “Modernización educativa” de Salinas, la “Federalización educativa” de Zedillo, la “Alianza por la calidad de la educación” de Calderón-, se han enfrentado a la férrea oposición del gremio, que interpreta los cambios como una amenaza a sus usos y canonjías. Entretanto, la UNESCO, la OCDE y otros organismos siguen exponiendo las cifras del desastre educativo nacional. Somos un país de analfabetas funcionales, con apenas ocho grados promedio de educación formal, con pocos días efectivos de clase, sin vocación para las tecnologías avanzadas, y con poca cultura de autoaprendizaje permanente.
El ingreso de jóvenes profesores al gremio magisterial se dio durante décadas mediante mecanismos corruptos, como el de la venta de plazas o la asignación a parientes de agremiados. Apenas hasta ahora vemos la aplicación un examen de conocimientos y habilidades docentes, que fue vigilado por asociaciones civiles. No sabemos cuántas plazas están a concurso, pero al menos este procedimiento da esperanzas de que se estén dando los primeros pasos en la dirección correcta hacia la profesionalización y superación del oficio magisterial, tan minusvalorado en estos días de crisis.

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